El color que cayó del cielo
Para quienes circunstancialmente nos cruzamos con historias vinculadas a la astronomía, el hallazgo y estudio de meteoritos siempre fue un tema ajeno y reservado a especialistas. Durante siglos, sin embargo, el interés por estos materiales no dejó de crecer: aparecieron leyendas sobre su significado en la Tierra; se iniciaron grandes exploraciones en el mundo y hasta se montó un negocio millonario a su alrededor.
El director argentino Sergio Wolf recorrió 400 años en busca de pistas sobre una lluvia de meteoritos de fuego que cayó en Campo del Cielo, una localidad ubicada al sur de la provincia de Chaco, en el límite con Santiago del Estero. En una combinación perfecta de documental histórico con película de aventuras, El color que cayó del cielo investiga una serie de historias fascinantes y desconocidas sobre este particular fenómeno en nuestro país.
El largometraje comienza con las leyendas mocovíes del norte argentino y se introduce luego en las primeras búsquedas del Mesón de Fierro, un enorme meteorito que suscitó el interés de los españoles en el siglo XVI, para finalmente detenerse en los dos grandes personajes del documental: el científico estadounidense William Cassidy, uno de investigadores más importantes en la materia que trabajó en la zona en la década del ‘60, y el excéntrico Robert Haag, una suerte de dealer de meteoritos, capaz de cualquier cosa por conseguirlos. Créase o no hay coleccionistas y todo un universo de interesados que arman ferias para vender meteoritos por miles de dólares.
Cassidy, que falleció en marzo del año pasado, se instaló en Campo del Cielo para liderar las excavaciones que seguían el rastro colonial de Mesón de Fierro: «Cuando investigo estos cráteres prefiero que se haga a mano. Hay que cavar una zanja para tener perfiles de la forma original del cráter», cuenta en el documental mientras comparte los archivos con las grabaciones de esos rastrillajes en el medio del campo chaqueño y las anotaciones que tomó con el detalle de cada día de trabajo.
Haag, por su lado, funciona como una figura antagónica a Cassidy. Además de protagonizar el robo de un meteorito en Chaco, que incluye toda una trama detectivesca dentro de la película, en los últimos años se dedicó a comercializarlos por el mundo y a discutir el marco legal del negocio: «Yo encontré la primera roca lunar en el mundo. Fue en Australia, pero no es de Australia. Ese es el meollo del asunto. ¿De dónde es la roca? Es de la Luna, no es de Australia«.
Esta semana hablé con Sergio Wolf, director de El color que cayó del cielo, sobre el arco narrativo que pensó en los orígenes de su película y sobre la extensa tarea de montaje.
1. El color que cayó del cielo transitó un largo proceso de siete años antes de su estreno en 2014. ¿Qué recordás de esta experiencia?
Fue un proceso muy largo por varias razones. Por un lado, tardé casi un año en escribirlo y lo presentamos a INCAA a finales de 2007. En ese momento me ofrecieron la dirección artística del BAFICI y cuando el proyecto fue aprobado, en marzo de 2008, ya estaba como director del festival. Eso desencadenó varios inconvenientes para la película. El productor de aquel momento, Diego Dubcovsky, prefirió no continuar porque -con un criterio muy lógico- dijo que siendo director del festival no era ético que aplicara a fondos internacionales, dado que sólo con INCAA no alcanzaba para financiarlo. Era inevitable viajar para filmar a Chaco y a Estados Unidos, entre otras cuestiones de producción. Hubo que conciliar agendas y armar el viaje a Estados Unidos, con dos personajes (Cassidy y Haag) que vivían en puntos opuestos de la geografía americana, con el traslado de equipos y demás. Todo fue posible gracias al trabajo del productor Gabriel Kameniecki. Eso hizo que filmáramos en 2008 en Chaco, en 2010 en Estados Unidos y otra vez en Chaco y Santiago del Estero en 2012. El montaje tomó casi dos años y fue un trabajo muy arduo y extraordinario de Alejandro Carrillo Penovi, con quien íbamos «encontrando» la película, ya que tenía muchas líneas narrativas, algo que estaba desde la escritura misma del proyecto.
2. Desde el inicio y hasta la aparición de Robert Haag, la película cruza varios siglos de historia. ¿Cómo organizaste un trabajo tan ambicioso?
El arco narrativo era una marca del proyecto. Había que poder contar ese período. Los nudos, los puntos clave de esa historia (la caída, las leyendas, el Mesón de Fierro, las expediciones, la llegada de Cassidy, los hallazgos de grandes meteoritos y la llegada de Haag). Ese arco me permitía trabajar una idea que fue un motor: el meteorito es nada. Una piedra, finalmente, aunque venida del espacio exterior y al mismo tiempo es todo. Se lo inviste de sentidos, que van mutando, acomodando deseos y ambiciones y teorías y símbolos. El espacio tan específico (esa franja que toma el sur de Chaco y el noroeste de Santiago del Estero) a la vez me restringía y me resultaba muy concreto como campo de trabajo. Entonces había un arco narrativo y un arco espacial y ambos obligaban a desplegar un arco estético, un dispositivo que pudiera reconstruir en tiempo presente el pasado y esa era la parte más rica e imaginativa para pensar esas dificultades.
3. Aunque la película tiene varios personajes, el de Haag sobresale por distintos motivos. ¿Qué podés contar que no se haya visto en cámara de ese encuentro?
Haag es un gran personaje. Con un personaje así se corre el riesgo de que se devore el film. Pero teníamos a Cassidy, su contrafigura y héroe silencioso. Haag es un seductor y un mercader, pero siempre me pareció un gran villano por lo inteligente, porque sabía cómo meter sus ideas. En un momento dice que el meteorito no pertenecía a la Argentina pero que había «caído en la Argentina». Como no hay legislación sobre lo que cae del cielo, él era capaz de argumentar eso con mucha astucia. Eso es lo que tenía Haag: sabía cómo fundamentar sus ansias de dinero. Al mismo tiempo, admiraba a Cassidy y creo que le hubiera gustado ser querido y venerado como un «Dios blanco» por los lugareños de Campo del cielo.