El rumano Laurentiu Ginghina quiere cambiar las reglas del fútbol. Tiene un método, que puede probar, para demostrar que el planteo general dentro de una cancha tal como lo conocemos (con 11 jugadores en cada equipo, offside y la disposición más popular de los jugadores en el campo) está equivocado. Por disparatado que suene, el documental del director Corneliu Porumboiu se toma muy en serio esta teoría y busca, a través de su protagonista, exhibir algunas postales de las tensiones que atraviesan a su país.
En el esquema de Ginghina cada equipo tiene cinco defensores y cinco atacantes, pero ninguno puede cruzar el medio campo. Además, el nuevo sistema replantea la forma rectangular del campo de juego por el (supuesto) impacto negativo que tiene sobre la velocidad de los jugadores. «Una cancha octogonal ofrece mayor movilidad porque los jugadores tienden instintivamente a seguir los bordes», asegura Ginghina con convicción frente a cámara. Todo suena rígido o encorsetado, pero en teoría el partido se torna más interesante para todos.
Como en El segundo juego, el primer documental de Porumboiu, donde el director y su padre relataban juntos un partido de fútbol de 1988, el cineasta tiene aquí un rol protagónico. Aparece durante toda su película en el rol de entrevistador. Busca determinar desde el comienzo el origen de la idea y su complicada aplicación en el fútbol rumano. Una parte de las respuestas aparecen de entrada. Cuando era joven, Ginghina sufrió una dura lesión en un partido, fue operado y durante su recuperación el hueso fracturado no «selló» bien.
Meses más tarde, en un intento por recuperar la rutina deportiva, sufrió un nuevo accidente. Un historial de traumatismos que boicotearon sus planes como jugador, pero no como técnico. Durante todo ese tiempo sin actividad aprovechó para elaborar esta teoría.
Fútbol infinito no tiene una estructura narrativa rebuscada ni se trata de un documental clásico sobre fútbol. Es un intento por aproximarse, explorar y aprender ciertas lógicas de un deporte fascinante para muchos. Ginghina es amigo de la infancia del hermano de Porumboiu y trabaja como funcionario de segundo rango en una dependencia municipal de Vaslui, un pequeño pueblo a 300 kilómetros de Bucarest, donde resuelve trámites burocráticos. Debió resignarse a trabajar en ese lugar luego de que fracasara su plan de mudarse a los Estados Unidos después del atentado a las Torres Gemelas de Nueva York, en 2001.
Durante un largo tramo de la película, director y protagonista charlan en una oficina cuando de repente aparece una señora de 92 años con un reclamo administrativo. La mujer exige, 27 años después del final de la dictadura de Nicolae Ceaușescu, que el Estado le reintegre un terreno que le pertenece. Porumboiu no edita ese fragmento y, por el contrario, lo incluye en el corte final. De esta manera, a través de sus personajes cuenta también un país: la burocracia, las frustraciones, los sueños truncos.
Referente ineludible del Nuevo Cine Rumano, Corneliu Porumboiu dirigió películas geniales como El tesoro y La Gomera, por citar dos de mis preferidas. Fútbol infinito se estrenó en el Festival de Berlín en 2018.
