Citizen K
Diez años antes de la llegada de Vladimir Putin al poder, la caída de la Unión Soviética abrió las puertas de un nuevo mundo para la economía rusa. En esa transición a un régimen capitalista -caótica, inevitable- un joven ruso en ascenso y hábil para los negocios llamado Mijail Jodorkovski armó el primer banco comercial de Moscú.
Mientras los antiguos comunistas se aferraban a un sistema de control gubernamental centralizado, las nuevas generaciones -entre ellos el propio Jodorkovski- demandaban libertad política y económica.
Poco a poco, en un contexto financiero devastador y sin líderes para contener la crisis, el empresario y un grupo de socios conformaron una nueva élite: los oligarcas rusos. Se repartieron el control de las industrias locales más poderosas (firmas petroleras, de telecomunicaciones y del sector inmobiliario, que eran estatales, pasaron a manos privadas) y afianzaron un vínculo con el poder a través de una serie de préstamos que el Estado no podía devolver. Un círculo vicioso que les garantizó una expansión formidable.
En Citizen K, el cineasta estadounidense Alex Gibney, director y productor de algunos de los documentales más importantes de la última década, cuenta la transformación estructural que sufrió el país y la influencia que ejercieron estos oligarcas en el gobierno de Boris Yeltsin desde 1991. Pero a partir de Jodorkovski, su personaje central, la película analiza el arribo de Putin, un ex funcionario de la KGB en Alemania del Este que fue impulsado por los empresarios en 1999 cuando buscaban un sucesor de Yeltsin que protegiera su fortuna.
Como en el juego del gato y el ratón, tras una puja de poder que el documental presenta con matices a través de entrevistas con ex asesores, periodistas y mucho archivo de época, Putin y Jodorkovski terminaron mal y el empresario quedó detenido acusado de fraude y evasión en 2003. «Para evitar la cárcel, ¿por qué no te fuiste del país?», le preguntó el documentalista. «No tengo tanta estima a mi vida como para intercambiarla por la falta de respeto«, le contestó el ex oligarca.
Jodorkovski estuvo preso diez años y al salir se exilió en Londres. Desde entonces opera desde el Reino Unido a través de Open Russia, una organización no gubernamental que apoya a opositores rusos de alto perfil como Alexei Navalny y promueve «la democracia y los derechos humanos» en su país.
«Dos de mis productores lo habían conocido y se preguntaban si me interesaría hacer el documental», contó Gibney en una entrevista con Cine Europa. «A causa del hackeo ruso durante las elecciones de Estados Unidos de 2016 y la obsesión posterior, el tema me interesaba mucho. Lo cierto es que sabemos bastante poco de la Rusia postsoviética. Así que pensé que esta historia podía ser una forma de hablar sobre cómo funciona el poder en este país».