El cielo está rojo
Este impactante documental de la directora chilena Francina Carbonell, incluido en la Competencia Latinoamericana, recupera la historia del fatídico incendio en la cárcel de San Miguel, ubicada al sur de Santiago de Chile, en el que murieron 81 personas la madrugada del 8 de diciembre de 2010.
Carbonell accedió a un centenar de documentos con testimonios, fotos y grabaciones de las cámaras de seguridad del penal. También consiguió la reconstrucción de los hechos que los investigadores hicieron en el lugar junto a los guardiacárceles y los sobrevivientes.
«Después de casi un año de investigación nos dijeron que existía la carpeta judicial del caso y tuvimos un año más para tratar de conseguirla», recordó la directora. De la lectura del expediente se desprenden varias irregularidades: la cárcel estaba superpoblada y en una misma celda convivían hacinadas más personas de las permitidas. Además, los guardiacárceles tenían conocimientos básicos de primeros auxilios y no sabían usar los extintores. Durante el juicio un gendarme confirmó que habían recibido capacitaciones para atender este tipo de emergencias. Cuando el fiscal quiso saber si esos cursos habían durado semanas o meses, el efectivo respondió «horas».
De la reconstrucción judicial surge otro dato inquietante. Cuando los guardiacárceles vieron el humo que salía desde uno de los pabellones no sólo ignoraron los gritos si no que especularon con la posibilidad de que se tratara de un incendio intencional como parte de un plan de fuga de los reclusos. Decidieron no hacer nada hasta la llegada de los bomberos. «Que se mueran todos los bastardos», recordó uno de los presos que le contestaron los gendarmes cuando pidió ayuda.
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3) La banda sonora: «El sonido es lo que nos llega y no podemos hacer nada; no podemos desviar la mirada, es como algo que nos penetra. Nos penetra sensorialmente, no hay tiempo para razonarlo tanto. Nos interesa en el proyecto no sólo para ver el causa-efecto de esta tragedia y las trampas judiciales que existieron, sino también para ingresar en toda la dimensión afectiva que hubo en relación a la tragedia: a la desesperación de las víctimas de estar ahí adentro, a la desesperación de las familias viendo afuera cómo sus hijos y hermanos se estaban quemando, a la indiferencia de los gendarmes. Tuvimos la intención de hacernos cargo de esas emociones. Las imágenes con las que estábamos trabajando eran tan higiénicas y tan frías que el sonido nos permitía subjetivizarlo».
4) El montaje: «Era un material inabarcable: un año de juicio oral con horas y horas. Al principio fue abrumador porque sentía que no iba a poder ver todo. Me costó mucho empezar a ordenar, a cortar, a diferenciar. Como parte del montaje, el punto de vista fue una búsqueda. Tengo la impresión de que mientras fuimos conociendo a los familiares y a la organización y fuimos generando lazos, algo de mí se transformó. De alguna manera empecé a pensarlo menos como una obra y más como un puente entre nosotros y ellos intentando visibilizar algo. Cuando pude entender eso me solté un poco y empecé a estar como menos neurótica sobre cuál es la gran estructura, cuál es la estructura perfecta que va a ligar todo».