Cuando el piloto estadounidense Gary Betzner se tiró de un puente en 1977, todos en Hanzen, en el estado de Arkansas, especularon sobre su final. ¿Gary tenía problemas de dinero? ¿Estaba en un mal momento de la relación con su esposa Sally? ¿Guardaba un secreto que lo atormentaba?

Como en los buenos documentales sobre impostores, The Invisible Pilot, de los directores Phil Lott y Ari Mark, plantea de entrada estos interrogantes alrededor de la investigación y las primeras versiones (de su mujer, de la policía) sobre el destino de su protagonista.

Betzner era un piloto experimentado que trabajaba como fumigador y también como contrabandista. Por entonces, las zonas rurales de la región estaban en crisis y ningún agricultor llegaba a fin de mes sólo con la explotación de la tierra. «Este país ha perdido 400 mil granjas en los últimos ocho años», dice en una entrevista de campaña el joven candidato Bill Clinton, veinte años antes de convertirse en presidente de los Estados Unidos. A lo largo de su carrera, el piloto transportó mercancía en distintas escalas: whisky a un oleoducto, marihuana en pequeñas y grandes entregas y, finalmente, cocaína y armas para clientes premium.