La vida dormida
Desde su exilio forzado, tras el golpe de Estado de 1976, casi no se conocen noticias sobre la vida de la ex presidenta María Estela Martínez de Perón. Cualquier comunicación o asunto legal vinculado a su persona recae por lo general en su abogado, el histórico dirigente peronista Juan Gabriel Labaké.
Ese misterio alrededor de la figura de Isabelita despertó la inquietud de varios documentalistas. En La vida dormida, la película de la directora argentina Natalia Labaké, la ex presidenta aparece en los márgenes, casi como una figura espectral que atravesó la vida de su familia en los últimos 50 años.
Natalia es la nieta del apoderado de la ex mandataria y la encargada de poner en diálogo viejas grabaciones caseras que su abuela Haydeé Alberto capturó del ascenso político de Labaké con nuevos registros desde la perspectiva de tres mujeres: su abuela, su tía y su hermana. Tres personajes que durante años ocuparon un lugar secundario, en las sombras de sus maridos.
En una especie de doble comando, muy bien logrado por la montajista Anita Remón, la cineasta comparte dirección con su abuela (es interesantísimo seguir lo que Haydeé captura y cómo lo captura) y propone un notable retrato familiar, que funciona como foto de los años ‘90, con varios hallazgos de los inicios del menemismo.
Estrenado en la última edición de BAFICI ahora el documental se podrá ver hasta el miércoles 9 en el cine Gaumont y gratis en la web de FIDBA hasta el lunes 7 de febrero. Sobre el montaje, la estructura por personajes y la repercusión que la película tuvo en su propia familia conversé esta semana conNatalia Labaké, directora de La vida dormida.
1) El origen: Surge a partir de ver en mi tía Bibiana un sufrimiento muy grande, el de una mujer que se sabe excluida de la familia sin fuerza ni autonomía para decidir su destino y termina ocupando un lugar de sumisión y dependencia imposibles de romper. Me interesaba pensar esta forma extrema de sumisión y falta de autonomía, como un síntoma de algo más grande. De ella se fueron desprendiendo situaciones que me llevaron a otras mujeres de la familia con un síntoma similar, en menor grado.
2) El trabajo con el archivo: A medida que iba descubriendo los materiales de mi abuela, iba montando con lo que yo tenía, a la vez que se me iban ocurriendo nuevas escenas a partir de lo que sus materiales me mostraban y de lo que surgía como idea en la sala de montaje. Su propio archivo además me permitió construirla como personaje detrás de cámara, que es algo que la película también hace conmigo. Tanto mi abuela como yo hablamos a través de lo que mostramos. Y la forma en la que lo hacemos muchas veces dice más que la acción en sí. Al encontrarme con su mirada tuve en claro que se trataba de un cruce de temporalidades y de puntos de vista sobre la misma realidad familiar y política.
3) La perspectiva desde las tres mujeres: La estructura por personajes fue algo que propuso muy inteligentemente Anita Remón, la montajista. Yo tenía una estructura que las incluía a todas ellas pero las relaciones eran un tanto caprichosas. El relato era más caótico. Tenía una modulación diferente, quizás más efectista. Algo de la estructura por personajes terminó de organizar y de darle fuerza al conflicto. Efectivamente el drama crecía por acumulación y lo interesante estaba dado por las repeticiones y por el modo en que se construían los pasajes de punto de vista a lo largo del relato. Donde además, el material de archivo cumplió un rol fundamental porque era habilitante de un cambio en el tiempo y en el personaje que llevaba adelante la acción, como si el archivo fuese hilvanando o tejiendo un punto de vista con otro, una historia con otra y no te dieras mucho cuenta de este cambio porque en definitiva el conflicto era siempre el mismo y las escenas podían ser una espejo de la otra.
4) Repercusión familiar: A mi abuelo, quien tiene una concepción clásica de la política, le pareció inofensiva en tanto los materiales no lo comprometían legalmente y todo lo que yo mostraba era de conocimiento público. A su vez, me dijo que no se arrepentía de su pasado y que yo era libre en mi derecho de opinión. Por otra parte, a toda la familia siempre le pareció muy natural que yo estuviera registrando la vida familiar. Digamos que tenemos un vínculo muy natural con las cámaras porque mi abuela se ocupó de registrarlo todo toda su vida. A nuestra actividad la tomaron siempre como un divertimento, como un pasatiempo banal. Por tanto, hay también algo interesante con hacer de esto algo que hable con la real realidad. Luego también entendí que la posibilidad de la película tuvo que ver justamente con nuestras diferencias ideológicas porque para nuestra generación lo político también es la forma en la que organizás una reunión puertas adentro, es decir las micropolíticas de lo cotidiano y los afectos y ni mi abuela ni mi abuelo vieron en ello algo comprometedor o peligroso de ser mostrado. Justo donde a mí me interesó poner el ojo: el mundo doméstico como una trama invisible donde también se ejercen poderes, donde hay asimetrías, sumisiones y represión.