Hasta el estreno de El juicio, la nueva película de Ulises de la Orden, sólo se conocían fragmentos del proceso judicial contra los militares de la última dictadura. El trabajo del realizador, considerado por muchos uno de los acontecimientos cinematográficos del año, cubrió una falta con la memoria del país. Por primera vez, en un documental de casi tres horas, se pueden ver en bloques temáticos los testimonios de las 90 jornadas de este juicio histórico.
De la Orden comenzó a trabajar en la investigación en 2013. En distintas entrevistas, a raíz del estreno de la película, relató su periplo para dar con una copia completa del juicio. La Cámara Federal que juzgó a los genocidas había ordenado en 1985 que Argentina Televisora a Color (ATC) registrara el proceso con dos cámaras: una de frente a los jueces y acusados, otra de espaldas a los testigos. Mientras el juicio se desarrollaba, por orden del mismo tribunal, ATC se limitó a transmitir tres minutos diarios de las audiencias sin audio. Sólo el veredicto de los magistrados, que duró 38 minutos, se escuchó con imagen y sonido.
Desde entonces, las 530 horas del juicio completo nunca se habían visto. En 2010, a través de un convenio con la Universidad de Salamanca, el material se digitalizó y se hicieron cuatro copias. Una para la universidad y tres para Argentina que fueron para el Archivo General de la Nación (AGN), la Televisión Pública y Memoria Abierta, una organización que nuclea a nueve organismos de derechos humanos, y que fue el único de los tres archivos que aceptó el pedido del director de tener acceso al material.
Un equipo de tres personas encabezado por De la Orden, el montajista Alberto Ponce y la asistente de dirección Gisela Peláez, miró con atención uno por uno los casetes U-matic de cada jornada del juicio a lo largo de nueve meses. Peláez armó un Excel detallado de los testimonios y el director tomó notas a mano durante todo el proceso.
El juicio se divide en 18 capítulos. Cada uno «agrupa» distintos temas, todos vinculados a los horrores cometidos por la dictadura, que permiten estructurar la película: el robo de bebés, la tortura a los detenidos-desaparecidos, la complicidad de la Iglesia Católica, el robo de bienes de las víctimas.
A propósito del estreno de El juicio en Kinoa.tv, hablé con el montajista Alberto Ponce sobre la organización de los archivos, el proceso de visionado y la división en bloques temáticos.
El visionado: «Trabajamos de lunes a viernes, de 10 a 19, ocho horas por día. Lo hicimos metódicamente desde el casete 1 al casete 530. La digitalización no estaba muy bien hecha. Descubrimos que había errores de orden; o sea, el casete 280 le correspondía al orden 319. Todo eso lo fuimos viendo sobre la marcha porque de repente se cortaba y una semana después aparecía y decíamos este testigo ya lo vimos. Seguimos tres métodos distintos, por suerte complementarios. Ulises tomaba notas a mano. Él llenó nueve cuadernos Arte donde anotaba el texto y muy sintéticamente lo que le había llamado la atención, en qué estaba y a qué time-code correspondía. Gisela llevaba en su notebook un Excel que tuvo decenas de miles de entradas, que le llamábamos la súper planilla. O sea, juicio día 1 con número de tape, time-code, quién hablaba, de qué tema, sobre qué caso. También tenía una columna a pedido mío, que era sobre el vestuario de los jueces, porque yo sabía que en algún momento eso lo íbamos a necesitar para no romper la continuidad. Lo que pasó después al ver el material es que encontramos temas que no sabíamos que existían. Muchos estaban ahí y se los había ignorado 35 años porque la sociedad también ha cambiado. Por ejemplo, el tema de la violencia sexual contra las mujeres estuvo en el juicio, pero en su momento no estaba ni tipificado penalmente».
Un documental sin zócalos: «El tema de los nombres de los personajes lo charlamos muchísimo. ¿Importa tanto saber quién es el que habla? Cuando creíamos que importaba mucho aclararlo, poníamos el nombre en la entrada: Se llama al estrado a tal persona y ahí tenés la cita de autoridad completa. Después de muchas charlas, Ulises tuvo una frase muy lúcida que dijo no, todos igualados ante la ley. Jueces, fiscales, abogados, testigos, militares. Yo siempre tengo otra frase que la aplico para ficción, pero se aplica perfectamente para el documental, y es que las películas hay que hacerlas para que la vea un coreano dentro de 50 años. O sea, la película tiene que entenderse por sí misma: si ese coreano no sabe quién es (el ex presidente Arturo) Frondizi o (la ex detenida Adriana) Calvo de Laborde, no le modifica en su percepción el saber que esa persona se llama de tal manera».
El humor en la película: «José María Orgeira (N. del E.: abogado del dictador Roberto Viola) fue un personaje ideal, era nuestro bufón. Nosotros teníamos en claro que nuestro protagonista sería (el fiscal Julio César) Strassera. Y para que tu héroe sea un buen héroe tiene que tener un antagonista fuerte. Cuanto más fuerte es el antagonista más en riesgo pone las fuerzas en cuestión. Cada vez que aparecía Orgeira nos cagábamos de risa. Teníamos claro también esto de que queríamos que hubiera humor en la película. Había que descomprimir de alguna manera. O sea, mantener una narración de tres horas de por sí ya no es fácil y mucho menos si no tenés humor después de las cosas tremendas que se ven y se escuchan. Entonces separamos todas las intervenciones de los defensores, como un cajoncito, una secuencia aparte que la llamamos Procesales«.