Al fin del mundo
Al fin del mundo, el cuarto documental de la cineasta argentina Franca González, es una sensible aproximación a un pequeño pueblo helado llamado Tolhuin, ubicado en el extremo sur de Argentina, a 100 kilómetros de Ushuaia, en Tierra del Fuego.
A este lugar, en el que los vientos pueden alcanzar los 120 km por hora, González viajó cuatro inviernos entre 2009 y 2012 para rescatar las historias de Dora Jara, Roberto Berbel, Sandra Thomas y Benjamín Ñancul, cuatro pobladores con personalidades bien diferentes pero algo en común: todos, excepto Roberto, nacieron lejos de esas tierras y el frío extremo es algo nuevo en sus vidas.
«En 2009 estaba en un proyecto con una realizadora canadiense que se llama Carole Laganiere y se nos había ocurrido hacer una película que se iba a llamar Inviernos que iba a ser una especie de puente entre las poblaciones de las extremidades del continente americano: una bien al sur de la argentina y otra bien al norte de Quebec», cuenta la directora en una entrevista para Línea Documental. «En esa especie de ‘diálogo’ entre esas dos extremidades invernales queríamos ver un poco qué tipo de conflictos y qué puntos de unión y de incongruencias existían».
En ese recorrido, la película sufrió su primera gran modificación, según recuerda: «Culturalmente la gente que vive en las poblaciones del norte de Canadá siempre vivió en el frío, con lo cual, el invierno no implica para ellos una situación de conflicto. En cambio, lo que encontramos en Tierra del Fuego, era una población inmigrante que venía, en general, de lugares subtropicales y cálidos como las provincias de Formosa, Chaco y Misiones a instalarse a un lugar a donde consideraban que iban a vivir por poquito tiempo».
Aunque Al fin del mundo cuenta en simultáneo la vida del pueblo a partir de estas cuatro historias, la de Roberto, el más entusiasta y obstinado de los cuatro personajes elegidos, funciona como una especie de hilo conductor porque es el encargado de gestionar un «carnaval de invierno» para atravesar, de la manera menos hostil posible, la crudeza del clima: «Para ellos el frío es una situación de conflicto porque sus casas están mal calefaccionadas, todo es muy precario y una tormenta con cinco grados bajo cero ya es una situación de tensión con el afuera. Luego de esos viajes de ida y vuelta por el sur y el norte del continente americano tomamos conciencia que para que haya una película tenía que haber un conflicto y en el norte no había conflicto», explicó Franca que fue reconocida hace un mes con el Premio Konex como una de las cinco directoras más destacadas de la última década en el rubro documental.
¿Cuántas personas integraron el equipo en Tierra del Fuego?
En los viajes de 2009 a 2011 fui siempre con Carole Laganiere. Éramos dos que hacíamos cámara y sonido. Eran grabaciones que después no quedaron en el rodaje principal. La película se hizo con el rodaje de 2012 y una de las razones fue porque el modo de contar todo lo que quería era sin entrevistas, a través de las acciones. Durante un mes estuvimos solas la productora Nadia Martínez y yo haciendo cámara y sonido y después, para un rodaje principal más exigido, viajamos durante todo el mes de julio y mediados de agosto tres personas: Nadia, un sonidista y yo. Por eso también tiene que ver con que la gente se haya brindado tanto a nosotros porque medio que ya formábamos parte del pueblo y de los vecinos.
¿Volviste a viajar al Tolhuin después de la película?
Sí, fue un viaje hermoso. Se armó un cine especialmente en el polideportivo del pueblo. La gente traía la silla de su casa para poder ver la película porque vino tanta gente, inclusive de los alrededores, que fue una emoción muy fuerte. Estaban hasta los perros que habían participaron del rodaje. Yo la verdad que estaba preocupada: por un lado la película sigue un derrotero específico con la organización del carnaval, pero también hay muchas cosas que tienen que ver con los conflictos de los pueblos chicos donde no todo es siempre maravilloso y bucólico. Fue una gran exposición pero quedaron muy felices con la película, que luego se pasó en Ushuaia y Río Grande, y se sintieron muy orgullosos. Desgraciadamente como producto de esta pandemia el año pasado falleció Roberto y fue un golpe durísimo para los pobladores. De algún modo quedó inmortalizado en Al fin del mundo y la película fue un modo de seguir teniéndolo entre ellos.
Tótem, tu película anterior a Al fin del mundo, transcurre en el extremo norte del mundo donde las condiciones climáticas a veces también son difíciles. ¿Cómo fue grabar en uno y otro lugar?
Tótem es una película que yo quiero mucho y me permitió conocer un lugar extremo como el norte de la isla de Vancouver, cerca del golfo de Alaska, en el extremo oeste de Canadá. Surgió casi como una cosa inesperada porque la historia parte del tótem que había originariamente desde el año 1961 en la Plaza Canadá, frente a las estaciones de Retiro, en Buenos Aires. Allí había un palo totémico de un pueblo kwakiutl. En el 2011 por una cuestión u otra, de no tener manutención, de no haber tenido nunca nada de preservación empezó simplemente a inclinarse y la gente de Cultura de la ciudad decidió que era preferible cortarlo antes de que causara algún inconveniente en el espacio público. Por supuesto que no tuvieron en cuenta lo valioso y lo simbólico de ese tótem, del que solo había tres de ese tipo en el mundo, y que había sido construido por un artista de un pueblo originario. Un tótem se hace con un solo árbol, no tiene partes injertadas de otros maderas, se va esculpiendo un árbol que en este caso y por la cercanía con el polo norte le lleva cuatro mil años poder tener esa altura y esa dimensión. Cuando un escultor comienza a hacer uno y por alguna extraña razón o accidente se quiebra, tienen que tirar todo y empezar de nuevo. Con lo cual, el hecho de que la Ciudad hubiese decidido cortarlo en varias partes para ahorrarse una grúa implicó que, por un lado, había hecho algo gravísimo en relación al pueblo originario que lo había creado y después porque era el único monumento que había en un espacio público en todo América latina. Así que se armó un lío a nivel diplomático. Lo gracioso y al mismo tiempo paradójico es que a los poquitos días de haber llegado a ese lugar remoto el gobierno de la ciudad resolvió que se iba a dar de baja ese tótem. Fue muy particular el inicio de esa película. Ahí fue de golpe tomar la decisión de volverme con los brazos cruzados o aprovechar esa situación para grabar y proponerle a Stan Hunt, el escultor, de que me permitiera registrar su trabajo, su obra y su forma de vivir aún en el caso de que es tótem no se pudiera hacer. En los dos casos -Vancouver y Tolhuin- fueron situaciones muy extremas y sentí que cuando uno quiere filmar algo, es eso tanto más trascendente para mí que en esos momentos no siento frío. Como que los obstáculos forman parte del mismo sentido de la película.