Método Livingston
Rodolfo Livingston es uno de los arquitectos más importantes de Argentina. Sus posiciones sobre el rol de la profesión (¿para qué sirve un arquitecto?), su compromiso político y su condición de polemista incansable lo convirtieron en las últimas cinco décadas en un personaje inclasificable.
En Método Livingston, Sofía Mora lo retrata en su casa (con su mujer, con su hijo de 11 años, con sus potenciales clientes), en las casas que pensó y donde viven hoy algunos de sus mejores amigos o visitando los edificios públicos que llevan su marca personal.
Considerado una suerte oveja negra por la academia, sus libros Cirugía de casas y Arquitectos de familia sirvieron para repensar el rol de los arquitectos en la sociedad. Su fascinante vida incluye un intenso trabajo en Cuba, país al que viajó 32 veces: en 1961, dos años después de la Revolución, para encabezar la erradicación de villas y en los años noventa cuando supervisó el armado del programa Arquitectos de la Comunidad.
«Quedaron fuera del documental muchas de sus actividades, entre ellas su etapa de maratonista y entrenador del método de Cooper y su faceta de fotógrafo, por ejemplo. De todo esto había material y muy bueno pero había que recortar un poco porque era inabarcable y tuvimos que priorizar unos sobre otros», me explicó la directora hace unos días sobre la elección de archivos que pueden verse en el documental con materiales que atesoraba el propio Livingston de rollos de 16mm, VHS y fotos.
«Queríamos ver cómo eso dialogaba con la idea que teníamos de su retrato, que servía para acompañar sus historias, o para mostrar a Livingston a través de los años y sus apariciones polémicas en los medios. Otra línea fue buscar qué había de él en otras fuentes de archivo, diarios, revistas, fotos e incluso algunos materiales en video que él no tenía y que completan el retrato».
El documental contiene registros memorables: el viaje en taxi con las conclusiones de Livingston sobre la vida y la muerte; su charla con el psicoanalista Alfredo Moffatt, uno de sus grandes amigos, y una vieja historia de amor que involucra lateralmente a uno de los integrantes del equipo de filmación. «Livingston tiene algo de haber nacido para la cámara porque es un gran narrador, es simpático y divertido. Sus momentos más brillantes frente a cámara eran intermitentes, fueron sin dudas mejorando a medida que ganábamos confianza y se sentía más cómodo. También fui ‘robando’ ciertos momentos donde estaba con la guardia más baja, más relajado, menos autoconsciente, y por supuesto en el montaje hicimos el trabajo de rescatar lo más interesante de lo que decía y le pasaba con la filmación».
Estrenado originalmente hace dos años, el documental ganó el Premio del Público en BAFICI 2019.