Responsabilidad empresarial
Cuando la gimnasta estadounidense Simone Biles, cinco veces campeona del En el transcurso de los siete años que la última dictadura permaneció en el poder, los dueños de 25 empresas argentinas colaboraron activamente en la concreción de su plan de exterminio. Fueron parte, junto con la Iglesia y el Poder Judicial, entre otros actores, del brazo civil del golpe.
En el transcurso de los siete años que la última dictadura permaneció en el poder, los dueños de 25 empresas argentinas colaboraron activamente en la concreción de su plan de exterminio. Fueron parte, junto con la Iglesia y el Poder Judicial, entre otros actores, del brazo civil del golpe.
Responsabilidad Empresarial, el cuarto documental del director argentino Jonathan Perel, toma al libro como fuente y base principal. Perel visita 32 fábricas, propiedad de estas 25 firmas, para apuntar su cámara a distancia y leer en off extractos del informe original. El resultado es un relato estremecedor que confirma -por si todavía quedaban dudas- la decisiva participación empresarial en la maquinaria de muerte impuesto por el régimen militar, un debate abierto y excepcionalmente explorado en Argentina.
Entre los empresarios mencionados aparece Pedro Blaquier, dueño de Ledesma, quien después de 45 años irá a juicio oral por su colaboración en los secuestros en su empresa en 1976. Ledesma proveyó las listas de los empleados a detener y fue prácticamente ocupada por las fuerzas de seguridad, como un modo de intimidar a los trabajadores y desactivar cualquier atisbo de revuelta. Blaquier financió la represión y expresó su adhesión a la dictadura de manera pública en solicitadas pagas a medios locales.
Otro caso emblemático es el de Ford. La automotriz fue beneficiada con la venta de 90 vehículos Ford Falcón verdes no identificables para reequipar a las policías provinciales. El documental alcanza también a los medios de comunicación. El diario La Nueva Provincia (desde 2014 se edita como La Nueva), en la localidad bonaerense de Bahía Blanca, entregó a sus dirigentes sindicales más combativos, Enrique Heinrich y Miguel Ángel Loyola, ambos secuestrados, torturados y luego asesinados en julio de 1976. En el operativo se probó la intervención de los servicios de inteligencia en tándem con los directivos del diario que apuntaron sobre ellos como parte del «personal a ralear». La lista sigue.
Esta semana, a propósito del estreno de Responsabilidad Empresarial en MUBI, hablé con su director, Jonathan Perel, sobre los inicios de su documental, los avances judiciales -tardíos, pero firmes- sobre los responsables civiles del golpe y las repercusiones de esta historia.
1. ¿Cuándo empezaste a trabajar en la película?
Desde 2015, cuando terminé Toponimia, sabía que mi próxima película quería que fuera sobre la complicidad civil durante la dictadura. Algo difícil de discutir como sociedad, porque muchas de estas empresas aún manejan los hilos del país. Recién cuando me encontré con el libro en el que está basada la película, supe que a partir de ahí podía organizarla. Lo que me interesó fue que, al tratarse de un informe oficial publicado por el Ministerio de Derechos Humanos de la Nación, no sería la película la que viene a establecer un recorte sobre qué empresas mencionar y cuáles no, sino que es el mismo informe gubernamental el que hace esa selección de casos. Lo que tenía que lograr con la película era filmar todas las fábricas mencionadas en el libro y no podía quedarme ninguna afuera. Por supuesto no tenía permiso de estas empresas para filmarlas, entonces fue necesario pensar un dispositivo cinematográfico que permitiera esto.
2. Las recientes condenas a ex directivos de Ford y la elevación a juicio oral contra Pedro Blaquier representan un gran avance, pero históricamente la responsabilidad civil de los empresarios en el golpe ha quedado en un segundo plano. ¿Qué opinión tenés al respecto?
Justamente la idea de hacer esta película es dar visibilidad a un tema y ayudar a instalarlo en la agenda, entendiendo que estaba postergado, no solo para la Justicia, sino en general para todos nosotros como sociedad. Rubén Chababo decía algo muy interesante, hace tiempo, cuando le cuestionaban por qué en el Museo de la Memoria de Rosario no se abordaba este tema: como sociedad no estábamos listos. Creo que ahora sí lo estamos. Lo interesante para pensarlo es que los procesos de construcción de memoria necesitan tiempo. No siempre la celeridad es un atributo a buscar. A veces ciertos debates, dados con más tiempo y lentitud, pueden llegar a mejores resultados.
3. ¿Qué fue lo que más te impactó del relevamiento del libro Responsabilidad Empresaria en Delitos de Lesa Humanidad?
En la película yo voy leyendo partes del libro, como fragmentos subrayados. En esa lectura hago un recorte del libro y me centro más en las coincidencias que hubo entre las diferentes empresas en su accionar represivo. De alguna forma se va armando un patrón, que muestra la sistematicidad y planificación que hubo detrás. Por ejemplo, en cómo estas empresas confeccionaban listas de trabajadores para ser secuestrados y las entregaban a las fuerzas represivas, o facilitando vehículos para estos secuestros. Son esos puntos de contacto entre las diferentes compañías lo que más llamó mi atención.
4. La cámara registrando desde el auto a una distancia prudencial, casi oculta para no ser descubierta, me hizo pensar en el poder que todavía tienen esas empresas. ¿Cómo trabajaste ese punto de vista?
Este vendría a ser el dispositivo que mencionaba antes. El auto como lugar donde poder ocultar la cámara de la mirada del personal de seguridad que custodia cada fábrica, y así poder filmar. Pero ese auto es visible en la imagen, siempre hay en el encuadre alguna parte del vehículo: un espejo retrovisor, el tablero, el volante, el parante de la ventana. Ese marco oscuro que construye el auto es justamente la marca de enunciación que habla de mi punto de vista. Muestra cómo fueron arrancadas esas imágenes, muestra el propio proceso de su producción. Es una cámara que está oculta para las empresas, pero está visible para el espectador. Justamente eso que la lógica de estas fábricas busca ocultar, que es su forma de extracción del plusvalor, es lo que la película muestra al exponer su forma de producción.
5. ¿Cuál de las 32 fábricas fue la más difícil de registrar?
Cada una tuvo sus complicaciones particulares y ninguna fue fácil. Dediqué bastante tiempo de rodaje, algo así como 4 o 5 días a cada fábrica. Para lograr una única toma de 3 minutos parece mucho, pero era el tiempo necesario. La luz del amanecer con que están filmadas dura solo un par de minutos y si la toma no salía bien un día sólo se podía repetir al día siguiente. Diría que las más difíciles fueron la primera y la última. La primera porque fue la que usé para hacer todas las pruebas y errores posibles antes de definir el dispositivo de puesta en escena. La filmé muchísimas veces a lo largo de varios meses. La otra muy difícil fue la última, porque si no la lograba no había película. Esto coincidió con que fue efectivamente la fábrica en donde más tuve que adentrarme con el auto para poder filmar y eso implicaba riesgos adicionales de no lograrlo. Pero el peso simbólico era justamente el de ser la que completaba la sería y hacía que la película exista.
6. ¿Recibiste comentarios de algún directivo de las empresas registradas después del estreno del documental?
Siempre me preguntan eso con cierto miedo, como si algún comentario de las empresas involucradas podría ser una amenaza o un peligro. Pienso todo lo contrario, que sería muy interesante que a partir de la película estas empresas puedan comenzar sus propios procesos de construcción de memoria, indagando en sus propias responsabilidades, desclasificando archivos, buscando formas de reparación que puedan ser tanto simbólicas como económicas. Muchas empresas en Europa, pero también en Brasil por ejemplo, han asumido este camino de compromiso con su verdad histórica, y ninguna lo hizo aún en Argentina.