No debe haber sido sencillo decidir las líneas narrativas para contar en sólo 68 minutos la vida de Isabel Palacios. Recorrer su historia implica explorar cuarenta años cruzados por la fama, el dinero y la tragedia casi sin escalas.
Hija de una familia de clase acomodada, Palacios fue modelo publicitaria, actriz y relacionista pública. En ese recorrido frenético, que comenzó con su participación en un videoclip de La vieja guardia, vivió literalmente para contarla. Botas rosas, el último documental del director Tomás De Leone, indaga con habilidad sobre los pliegues, las contradicciones y los puntos desconocidos de un personaje lateral que, sin embargo, pinta una interesante foto de los años ‘70 y ‘90 en Argentina.
Si bien la película se estructura alrededor del relato de Palacios, las voces de amigos, familiares y viejos compañeros de trabajo aparecen para matizar, en la mayoría de los casos, las anécdotas de la protagonista. En los primeros minutos, por ejemplo, se plantea un interrogante que se develará recién sobre el final: su hijo Cesitar desapareció misteriosamente y desde entonces se convirtió en una presencia casi fantasmal en la vida de Isabel.
Poco a poco se conocerán también detalles sobre su infancia en el seno de una familia patricia de Barrio Norte, su parentesco con el histórico dirigente socialista Alfredo Palacios o su presencia en círculos intelectuales de la Galería del Este, donde conoció al gran amor de su vida César El Negro Báez, padre de su hijo, un personaje inquietante que murió en un extrañísimo accidente con su moto. La película cruzará décadas y personajes de los más variados: del músico Pedro Narvaja al cineasta Leonardo Favio y del represor Guillermo Suárez Mason al relacionista público Poli Armentano.
A propósito del estreno de Botas rosas en Cine Gaumont, esta semana hablé con el director Tomás De Leone sobre los orígenes del proyecto, el rodaje y la aventura de contar a Isabel Palacios.
El origen: «Yo había hecho un documental sobre (el abogado asesinado por la Triple A Rodolfo) Ortega Peña (N. del E: La muerte no duele, de 2016) y otras producciones sobre personajes que uno ponía en el pedestal. Me di cuenta de que eso estaba agotado en mí y tenía ganas de buscar a alguien más del llano, alguien que tuviese una participación en eventos muy importantes de la historia argentina, pero sin tener tanta conciencia de sí mismo ni de su participación. Quería ir a historias más pequeñas y en un momento leí una nota de Isabel (se refiere al perfil de Marta Dillon publicado en Radar, en mayo de 2002) ahí surgió la idea de conocerla».
El personaje: «Quería probar si podía ser interesante ante las cámaras porque no siempre pasa con los entrevistados. Isa es muy ansiosa, entonces al comienzo le propuse filmarla de a poco para que contara su historia. En determinado momento, cuando ya teníamos confianza, le conté que estaba haciendo una película sobre su vida pero siempre intentando moderar sus expectativas. Me contó su historia de amor, que estaba un poco armada. A las partes más oscuras las contaba como cuento de hadas y a las partes más luminosas les agregaba un IVA. Cuando empezamos a laburar la edición noté que la película no se sostenía porque ella no entraba a determinados lugares, le costaba articular algunas circunstancias y ese fue el momento más crítico del proyecto».
El diseño: «El documental tiene un tratamiento de imagen que simula recortes de revistas de la época en que Isabel tuvo su período de modelaje. Trabajamos el archivo en su valor expresivo, en su valor plástico. Intentamos romper la idea ilustrativa del material de archivo».
Las entrevistas: «Donde aparecía una necesidad buscaba un entrevistado. Cuando aparecían personajes grandes como Suárez Mason o Poli Armentano, la idea era que la historia de Isabel los toque y vuelva a la suya de inmediato porque esos personajes te pueden comer la película».
César y Cesitar: «Hay una idea que fui descubriendo en los documentales que me interesan y es que creo que la información siempre es enemiga. Cuando uno está pasando información, en general, es muy difícil que el trabajo no se torne expositivo. Entonces tenía que encontrar, en este caso, mi propio mecanismo para pasar información. La vida de Isabel tiene tanto material que era difícil pensar cómo articularla. Tenía que haber un arco dramático y estaban las vidas de su marido César y su hijo Cesitar. La película va a recordarnos que hay una ausencia y que se va a resolver. El atributo de Botas rosas es que aparece Isabel y los demás entrevistados solamente con voz y materiales de archivo. A nivel narrativo, el momento importante para nosotros fue descubrir que la historia Cesitar era el espejo de su propia vida, o sea, Isabel con su modo de vivir, con su modo de desarrollarse, sobrevivió y Cesitar no».
El título del documental: «A mí me gustan los nombres cortos o una frase, un concepto. Un nombre sencillo, digamos. Encontramos un elemento de trabajo con el que armamos todo el guión y si bien no tiene que ver con el título, nos sirvió como subtítulo todo el tiempo y fue La princesa que tejió su propia telaraña».
Próximo proyecto: «Estoy haciendo una película sobre Ricardo Schiariti, un mentalista de los años ‘90, que iba a los programas de Susana Giménez y Mirtha Legrand«.